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B00CMDZOCW EBOK Page 15


  UN LUGAR VACÍO CERCA DE AQUÍ

  «Tenía los bigotes blancos o grises» . . . «Pensaba en mi situación, de nuevo estaba solo y trataba de entenderlo» . . . «Ahora junto al cadáver hay un hombre flaco que saca fotos» . . . «Sé que hay un lugar vacío cerca de aquí, pero no sé dónde» . . .

  AN EMPTY PLACE NEAR HERE

  “He had a white mustache, or maybe it was gray” . . . “I was thinking about my situation, I was alone again and I was trying to understand why” . . . “There’s a skinny man over by the body now, taking pictures” . . . “I know there’s an empty place near here, but I don’t know where” . . .

  AMARILLO

  El inglés lo vio entre los arbustos. Caminó sobre la pinaza alejándose de él. Probablemente eran las 8 de la noche y el sol se ponía entre las colinas. El inglés se volvió, le dijo algo pero no pudo escuchar nada. Pensó que hacía días que no oía cantar a los grillos. El inglés movió los labios pero hasta él sólo llegó el silencio de las ramas movidas por el viento. Se levantó, le dolía una pierna, buscó cigarrillos en el bolsillo de la chaqueta. La chaqueta era de mezclilla azul, desteñida por el tiempo. El pantalón era ancho y de color verde oscuro. El inglés movió los labios al final del bosque. Notó que tenía los ojos cerrados. Se miró las uñas: estaban sucias. La camisa del inglés era azul y los pantalones que llevaba parecían aún más viejos que los suyos. Los troncos de los pinos eran marrones pero tocados por un rayo de luz se volvían amarillentos. Al fondo, donde acababan los pinos, había un motor abandonado y unas paredes de cemento en parte destruidas. Sus uñas eran grandes e irregulares a causa de la costumbre que tenía de morderlas. Sacó una cerilla y prendió el cigarrillo. El inglés había abierto los ojos. Flexionó la pierna y después sonrió. Amarillo. Flash amarillo. En el informe aparece como un jorobado vagabundo. Vivió unos días en el bosque. Al lado había un camping pero él no tenía dinero para pagar, así que al camping sólo iba para tomar un café en el restaurante. Su tienda estaba cerca de las pistas de tenis y frontón. A veces iba a ver cómo jugaban. Entraba por la parte de atrás, por un hueco que los niños habían hecho en el cañizo. Del inglés no hay datos. Posiblemente lo inventó.

  YELLOW

  The Englishman spotted him through the bushes. He walked away, treading on pine needles. It was probably 8 o’clock and the sun was setting in the hills. The Englishman turned and said something to him but he couldn’t hear a thing. It occurred to him that it had been days since he’d heard the crickets chirping. The Englishman moved his lips but all that reached him was the silence of the branches moving in the wind. He got up, his leg hurt, he felt for cigarettes in the pocket of his jacket. It was a denim jacket, old and faded. His pants were wide-legged and dark green. At the far end of the woods the Englishman moved his lips. He noticed that his eyes were closed. He looked at his fingernails: they were dirty. The Englishman’s shirt was blue and the pants he was wearing looked even older than his. The trunks of the pine trees were brown, but touched by a ray of light they turned yellowish. In the distance, where the pines ended, there was an abandoned car motor and a few crumbling cement walls. His nails were big and ragged because of his habit of biting them. He took out matches and lit a cigarette. The Englishman had opened his eyes. He flexed his leg and then smiled. Yellow. Flash of yellow. In the report he’s described as a hunchbacked vagrant. For a few days, he lived in the woods. There was a campground nearby, but he didn’t have enough money for that, so he only went to the campground to have coffee at the restaurant. His tent was near the tennis and handball courts. Sometimes he went to watch people play. He came in through the back, through a gap the children had made in the tall grass. There’s no information on the Englishman. Possibly he invented him.

  EL ENFERMERO

  Un muchacho obsesivo. Quiero decir que si lo conocías no podías dejar de pensar en él. El sargento se acercó al bulto caído en el parque. Frente a él no brillaba ninguna luz, sin embargo advirtió gente mirando por las ventanas. Las pisadas del enfermero vinieron detrás de él. Encendió un cigarrillo. El enfermero parpadeó y dijo si se lo podían llevar de una puta vez. Apagó la cerilla con un bostezo . . . «No tengo idea en qué ciudad estoy» . . . «La pantalla aparece permanentemente ocupada por la imagen del muchacho imbécil» . . . «Hace muecas en las afueras del infierno» . . . «Constantemente me toca el hombro con sus dedos flacos para preguntarme si puede entrar» . . . El enfermero se chupó los dientes. Tuvo deseos de tirarse un pedo, en lugar de eso se acuclilló al lado del cadáver. Gente desvestida acodada en las ventanas oscuras. Sin sentir desde hacía mucho tiempo una sensación real de peligro. El escritor, creo que era inglés, le confesó al jorobadito cuánto le costaba escribir. Sólo me salen frases sueltas, dijo, tal vez porque la realidad me parece un enjambre de imágenes sueltas. Algo así debe de ser el desamparo, dijo el jorobadito . . . «Vale, llévenselo» . . .

  THE MEDIC

  An obsessive boy. Actually, what I mean is, if you knew him you couldn’t stop thinking about him. The sergeant went up to the fallen shape in the park. He didn’t shine a light, but he still noticed people looking out their windows. Behind him came the medic’s footsteps. He lit a cigarette. The medic blinked and said if they could finally just take the fucking body away. He yawned, putting out the match . . . “I have no idea what city I’m in” . . . “It’s always the image of that idiot boy on the screen” . . . “He makes faces on the brim of hell” . . . “He’s constantly tapping my shoulder with his skinny fingers to ask if he can come in” . . . The medic licked his teeth. He felt like farting, he knelt by the body instead. People, undressed, leaning on their elbows in the dark windows. It had been a while since they felt any real sense of danger. The writer, I think he was English, confessed to the hunchback how hard it was for him to write. All I can come up with are stray sentences, he said, maybe because reality seems to me like a swarm of stray images. Desolation must be something like that, said the hunchback . . . “All right, take him away” . . .

  UN PAÑUELO BLANCO

  Camino por el parque, es otoño, parece que hay un tipo muerto en el césped. Hasta ayer pensaba que mi vida podía ser diferente, estaba enamorado, etc. Me detengo en el surtidor; es oscuro, de superficie brillante, sin embargo al pasar la palma de la mano compruebo su extrema aspereza. Desde aquí veo a un poli viejo acercarse con pasos vacilantes al cadáver. Sopla una brisa fría que eriza los pelos. El poli se arrodilla al lado del cadáver, con la mano izquierda se tapa los ojos con expresión de abatimiento. Surge una bandada de palomas. Vuelan en círculo sobre la cabeza del policía. Éste registra los bolsillos del cadáver y amontona lo que encuentra sobre un pañuelo blanco que ha extendido sobre la hierba. Hierba de color verde oscuro que da la impresión de querer chupar el cuadrado blanco. Tal vez sean los papeles viejos y oscuros que el poli deja sobre el pañuelo los que me induzcan a pensar así. Creo que me sentaré un rato. Las bancas del parque son blancas con patas de hierro negras. Por la calle aparece un coche patrulla. Se detiene. Bajan dos agentes. Uno de ellos avanza hacia donde está inclinado el poli viejo, el otro se queda junto al automóvil y enciende un cigarrillo. Pocos instantes después aparece silenciosamente una ambulancia que se estaciona detrás del coche patrulla . . . «No he visto nada» . . . «Un tipo muerto en el parque, un poli viejo» . . .

  A WHITE HANDKERCHIEF

  I’m walking in the park, it’s fall, looks like somebody got killed on the grass. Until yesterday I thought my life could be different, I was in love, etc. I stop by the fountain; it’s dark, the surface shiny, but when I brush it with the palm of my hand I feel how rough it really is. From here I watch an old cop approa
ch the body with hesitant steps. A cold breeze is blowing, raising goose bumps. The cop kneels by the body, with a dejected gesture he covers his eyes with his left hand. A flock of pigeons rise. They circle over the policeman’s head. The policeman goes through the dead man’s pockets and piles what he finds on a white handkerchief that he’s spread out on the grass. Dark green grass that seems to want to swallow the white square. Maybe it’s the dark old papers that the cop sets on the handkerchief that would make me think this way. I decide to sit down for a while. The park benches are white with black wrought-iron legs. A police car comes down the street. It stops. Two cops get out. One of them heads toward where the old cop is crouched, the other waits by the car and lights a cigarette. A few moments later an ambulance silently appears and parks behind the police car . . . “I didn’t see anything” . . . “A dead man in the park, an old cop” . . .

  LA CALLE TALLERS

  Solía caminar por el casco antiguo de Barcelona. Llevaba una gabardina larga y vieja, olía a tabaco negro, casi siempre llegaba con algunos minutos de anticipación a los lugares más insólitos. Quiero decir que la pantalla se abre a la palabra insólito para que él aparezca. «Me gustaría hablar con usted con más calma», decía. Escena de avenida solitaria, paralela al Paseo Marítimo de Castelldefels. Un obrero camina por la vereda, las manos en los bolsillos, masticando un cigarrillo con movimientos regulares. Chalets vacíos, cerradas las cortinas de madera. «Sáquese la ropa lentamente, no voy a mirar.» La pantalla se abre como molusco, recuerdo haber leído hace tiempo las declaraciones de un escritor inglés que decía cuánto trabajo le costaba mantener un tiempo verbal coherente. Utilizaba el verbo sufrir para dar una idea de sus esfuerzos. Debajo de la gabardina no hay nada, tal vez un ligero aire de jorobadito inmovilizado en la contemplación de la judía, pisos arruinados de la calle Tallers (el flaco Alan Monardes avanza a tropezones por el pasillo oscuro), héroes de inviernos que van quedando atrás. «Pero usted escribe, Montserrat, y resistirá estos días.» Se sacó la gabardina, la cogió de los hombros y luego la abofeteó. El vestido de ella cayó en cámara lenta sobre su abrigo de piel. En frío se puso a cuatro patas y le ofreció la grupa. Restregó su pene fláccido sobre sus nalgas. Descuidadamente miró a un lado: la lluvia resbalaba por la ventana. La pantalla ofrece la palabra «nervio». Luego «arboleda». Luego «solitaria». Luego la puerta se cierra.

  CALLE TALLERS

  He used to walk around the old city of Barcelona. He wore a long shabby trench coat, smelled of black tobacco, almost always happened upon the most unusual spots a few minutes in advance. In other words, the screen flashes the word unusual to make him appear. “I’d like to have a word with you in private,” he’d say. Lonely street scene, parallel to the Paseo Marítimo of Castelldefels. A workman walks along the sidewalk, hands in his pockets, rhythmically masticating a cigarette. Empty houses, the wooden shutters closed. “Take off your clothes slowly, I won’t look.” The screen opens like a mollusk, I remember a while ago reading the pronouncements of an English writer who said how hard it was for him to keep his verb tenses consistent. He used the word suffer to give a sense of his struggles. Under the trench coat there’s nothing, perhaps the faint whiff of a hunchback lost in contemplation of the Jewish girl, of trashed apartments on Calle Tallers (skinny Alan Monardes stumbles down the dark hallway), of heroes of winters that gradually fade into the past. “But you write, Montserrat, and you’ll get through this.” He removed his coat, took her by the shoulders, and then hit her. Her dress dropped in slow motion onto her fur coat. Just like that she got down on all fours and offered him her rear. He rubbed his flaccid penis on her buttocks. Carelessly he glanced to one side: rain was sliding down the window. The screen flashes the word “nerve.” Then “grove.” Then “deserted.” Then the door closes.

  LA PELIRROJA

  Tenía 18 años y estaba metida en el negocio de las drogas. En aquel tiempo solía verla a menudo y si ahora tuviera que hacer un retrato robot de ella creo que no podría. Seguramente tenía nariz aguileña y durante algunos meses fue pelirroja; seguramente alguna vez la vi reírse detrás de los ventanales de un restaurante mientras yo aguardaba un taxi o simplemente sentía la lluvia sobre mis hombros. Tenía 18 años y una vez cada quince días se metía en la cama con un tira de la Brigada de Estupefacientes. En los sueños ella aparece vestida con bluejeans y suéter negro y las pocas veces que se vuelve a mirarte se ríe tontamente. Sus ojos recorrían gatos, olas, edificios abandonados con la misma frialdad con que podían obstruirse y dormir. El tira la ponía a cuatro patas y se agachaba junto al enchufe. Al vibrador se le habían acabado hacía mucho tiempo las pilas y él se las ingenió para hacerlo funcionar con electricidad. El sol se filtra por el verde de las cortinas, ella duerme con las medias hasta los tobillos, bocabajo, el pelo le cubre el rostro. En la siguiente escena la veo en el baño, asomada al espejo, luego exclama buenos días y sonríe. Era una muchacha dulce, quiero decir que en ocasiones podía levantarte el ánimo o prestarte algunos billetes. El tira tenía una verga enorme, por lo menos ocho centímetros más larga que el consolador, y se la metía raras veces. Supongo que de esa manera era más feliz. (Nunca mejor empleado el término felicidad.) Miraba con ojos acuosos su polla erecta. Ella lo contemplaba desde la cama . . . Fumaba cigarrillos rubios y posiblemente alguna vez pensó que los muebles del dormitorio y hasta su amante eran cosas huecas a las que debía dotar de sentido . . . Escena morada: aún sin bajarse las medias hasta los tobillos, relata lo que le ha pasado durante el día . . . «Todo está asquerosamente inmovilizado, fijo en algún punto del aire.» Lámpara de cuarto de hotel. Cenefa verde oscura. Alfombra gastada. Muchacha a cuatro patas gimiendo mientras el vibrador entra en su coño. Tenía piernas largas y 18 años, en aquellos tiempos estaba en el negocio de las drogas y no le iba mal: abrió una cuenta corriente y se compró una moto. Tal vez parezca extraño pero yo nunca deseé acostarme con ella. Alguien aplaude desde una esquina mal iluminada. El policía se acurrucaba a su lado y la tomaba de las manos. Luego guiaba éstas hasta su entrepierna y ella podía estar una hora o dos haciéndole una paja. Durante ese invierno llevó un abrigo de lana, rojo y largo hasta las rodillas. Mi voz se pierde, se fragmenta. Creo que sólo se trataba de una muchacha triste, extraviada ahora entre la multitud. Se asomó al espejo y dijo «¿hoy has hecho cosas hermosas?». El hombre de Estupefacientes se aleja por una avenida sombreada de alerces. Sus ojos eran fríos, a veces aparece en mis pesadillas sentada en la sala de espera de una estación de autobuses. La soledad es una vertiente del egoísmo natural del ser humano. La persona amada un buen día te dirá que no te ama y no entenderás nada. Eso me pasó a mí. Hubiera querido que me explicara qué debía hacer para soportar su ausencia. No dijo nada. Sólo sobreviven los inventores. En mi sueño un vagabundo viejo y flaco aborda al policía para pedirle fuego. Al meter la mano en el bolsillo para sacar el encendedor el vagabundo le ensartó un cuchillo. El poli cayó sin emitir ruido alguno. (Estoy sentado en mi habitación del Distrito V, inmóvil, sólo muevo el brazo para poner o sacar el cigarrillo de mi boca.) Ahora le toca a ella perderse. Se suceden rostros de adolescentes en el espejo retrovisor de un automóvil. Un tic nervioso. Fisura, mitad saliva, mitad café, en el labio inferior. La pelirroja se aleja arrastrando su moto por una avenida arbolada . . . «Asquerosamente inmóvil» . . . «Decirle a la niebla: todo está bien, me quedo contigo» . . .