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  EL MAR

  Fotos de la playa de Castelldefels . . . Fotos del camping . . . El mar contaminado . . . Mediterráneo, septiembre en Cataluña . . . Solo . . . El ojo de la Zenith . . .

  La línea recta me producía calma. La línea curva me inquietaba, presentía el peligro pero me gustaba la suavidad: subir y bajar. La última línea era la crispación. Me dolía el pene, el vientre, etc.

  THE SEA

  Photos of the Castelldefels beach . . . Photos of the campground . . . The polluted sea . . . Mediterranean, September in Catalonia . . . Alone . . . The Zenith’s eye . . .

  The straight line made me feel calm. The curved line made me uneasy, I sensed danger but liked the smoothness: up and down. The last line was agitation. My penis hurt, my belly hurt, etc.

  PERFECCIÓN

  Hamlet y la Vita Nuova, en ambas obras hay una respiración juvenil. «La inocencia», dijo el inglés, «léase inmadurez.» En la pantalla sólo hay risas, risas silenciosas que sorprenden al espectador como si estuviera escuchando su propia agonía. Cualquiera es capaz de morir enuncia algo distinto a «Cualquiera muere». Una respiración inmadura en donde aún es dable encontrar asombro, juego, perversión, pureza. «Las palabras están vacías» . . . «Si quitara de allí esa pistola tal vez podríamos negociar» . . . El autor escribe estas amenazas en una piscina vacía, a principios del mes de septiembre, con un promedio de tres horas diarias de sueño. La inocencia, casi como la imagen de Lola Muriel que deseo destruir. (Pero no puedo destruir lo que no poseo.) Un impulso, a costa de los nervios que quedan destrozados en habitaciones baratas, propulsiona a la poesía hacia algo que los detectives llaman perfección. Callejón sin salida. Sótano cuya única virtud es su limpieza. Pero quién ha estado aquí sino la Vita Nuova y Hamlet. «Escribo en la piscina del camping, en septiembre, cada vez hay menos personas y más moscas; a mediados de mes no quedará gente y los servicios de limpieza desaparecerán, las moscas serán las dueñas de esto hasta noviembre o algo así.»

  PERFECTION

  Hamlet and La Vita Nuova, in both works there’s a youthful breathing. “For innocence,” says the Englishman, “read immaturity.” On the screen there’s only laughter, silent laughter that startles the spectator as if he were hearing his own last gasps. “Anyone can die” means something different than “Anyone would die.” A callow breathing in which it’s still possible to discover wonder, play, perversion, purity. “Words are empty” . . . “If you put that gun away we might be able to negotiate” . . . On an average of three hours’ sleep a night the author writes these threats in an empty pool at the beginning of the month of September. Innocence, almost like the image of Lola Muriel that I’d like to destroy. (But I can’t destroy what I don’t possess.) An urge, at the cost of nervous collapse in cheap rooms, propels poetry toward something that detectives call perfection. Dead-end street. A basement whose only virtue is its cleanliness. And yet who has been here if not La Vita Nuova and Hamlet. “I write in the pool at the campground, it’s September, there are more and more flies now and fewer and fewer people; by the time the month’s half gone there’ll be no one left and the cleaning service will stop coming, the flies will take over until November, maybe.”

  PASOS EN LA ESCALERA

  Nos acercamos con suavidad. Lo que en su memoria se denomina pasado inmediato está amueblado con colchones apenas tocados por la luz. Colchones grises de franjas rojas o azules en algo que parece un pasillo o una sala de espera demasiado alargada. De todas maneras la memoria está inmovilizada en «pasado inmediato» como un tipo sin rostro en la silla del dentista. Hay casas y avenidas que bajan al mar, ventanas sucias y sombras en los rellanos. Escuchamos que alguien dice «hace mucho fue mediodía», la luz rebota contra el centro de «pasado inmediato», algo que no es pantalla ni intenta sugerir imágenes. La memoria dicta con lentitud frases sin sonido. Suponemos que todo esto se ha hecho para que no aturda, una capa de pintura blanca recubre la película del suelo. «Huir juntos» se transformó hace mucho en «vivir juntos» y así la fidelidad del gesto quedó suspendida; el brillo de «pasado inmediato». ¿Realmente hay sombras en los rellanos?, ¿realmente hubo un jorobadito que escribió poemas felices? (Alguien aplaude.) «Supe que eran ellos cuando oí sus pasos en la escalera» . . . «Cerré los ojos, la imagen de la pistola no correspondía a la realidad-pistola» . . . «No me molesté en abrirles la puerta» . . . «Eran las dos de la mañana y entró una rubia que parecía hombre» . . . «Sus ojos se fijaron en la luna a través de la cortina» . . . «Una sonrisa estúpida se dibujó lentamente en su rostro embadurnado de blanco» . . . «La pistola sólo era una palabra» . . . «Mi soledad sólo era una palabra» . . . «Cierren la puerta, dije» . . . «Trizadura no es real. Es chantaje» . . .

  FOOTSTEPS ON THE STAIRS

  We came softly forward. The place in his memory that’s labeled immediate past is furnished with mattresses scarcely touched by light. Gray mattresses with red or blue stripes in something that looks like a hallway or an overly long waiting room. In any case, his memory is frozen in that “immediate past” like a faceless man in a dentist’s chair. There are houses and streets that run down to the sea, dirty windows and shadows on staircase landings. We hear someone say “a long time ago it was noon,” the light bounces off the center of that “immediate past,” something that’s neither a screen nor attempts to offer images. Memory slowly dictates soundless sentences. We imagine that all of this has been done to avoid confusion, a layer of white paint covers the film on the floor. “Fleeing together” long ago became “living together” and thus the integrity of the gesture was lost; the shine of that “immediate past.” Are there really shadows on the landings? was there really a hunchback who wrote happy poems? (Someone applauds.) “I knew it was them when I heard their footsteps on the stairs” . . . “I closed my eyes, the image of the gun didn’t match the reality” . . . “I didn’t bother to open the door for them” . . . “It was two in the morning and a blonde who looked like a man came in” . . . “Her eyes watched the moon through the curtain” . . . “A stupid smile spread slowly across her face daubed with white” . . . “The gun was only a word” . . . “My loneliness was only a word” . . . “Close the door, I said” . . . “Shattering isn’t real. It’s blackmail” . . .

  27 AÑOS

  La única escena posible es la del tipo corriendo por el sendero del bosque. Alguien parpadea un dormitorio azul. Ahora tiene 27 años y sube al autobús. Fuma, lleva el pelo corto, bluejeans, camiseta oscura, chaqueta con capucha, botas, lentes negros. Está sentado del lado de la ventana, junto a él un obrero que regresa a Andalucía. Se sube a un tren en la estación de Zaragoza, mira hacia atrás, la neblina cubre hasta las rodillas a un inspector de ferrocarriles. Fuma, tose, pega la frente contra la ventanilla, abre los ojos. Fundido en negro y la siguiente escena nos muestra a un tipo con la frente apoyada contra la ventanilla del autobús. Ahora camina por una ciudad desconocida, en la mano lleva un bolso azul, tiene levantado el cuello de la chaqueta, hace frío, cada vez que respira expele una bocanada de humo. El obrero duerme con la cabeza apoyada sobre su hombro. Enciende un cigarrillo, mira la llanura, cierra los ojos. La siguiente escena es amarilla y fría y en la banda sonora revolotean algunos pájaros. (Como chiste privado, él dice: soy una jaula. Luego compra cigarrillos. Se aleja de la cámara.) Está sentado en una estación de trenes al atardecer, llena un crucigrama, lee las noticias internacionales, sigue el vuelo de un avión, se humedece los labios con la lengua. Alguien tose, fundido en negro, una mañana clara y fría desde la ventana de un hotel, él tose. Sale a la calle, levanta el cuello de su chaqueta azul, abotona todos los botones menos el último. Co
mpra una caja de cigarrillos, saca uno, se detiene en la vereda junto al escaparate de una joyería, enciende un cigarrillo. Lleva el pelo corto. Camina con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta y el cigarrillo colgando de los labios. La escena es un primer plano del tipo con la frente apoyada en la ventanilla. El vidrio está empañado. Ahora tiene 27 años y baja del autobús. Avanza por una calle solitaria.

  27 YEARS OLD

  The only possible scene is the one with the man running on the path through the woods. Someone blinks a blue bedroom. Now he’s 27 and he gets on a bus. He’s smoking a cigarette, has short hair, is wearing jeans, a dark shirt, a hooded jacket, boots, dark glasses. He’s sitting next to the window, beside him a workman on his way back from Andalusia. He gets on a train at the station in Zaragoza, he looks back, the mist has risen to the knees of a track worker. He smokes, coughs, rests his forehead on the window, opens his eyes. Fade to black and the next scene presents us with a man, forehead pressed against the bus window. Now he’s walking around a strange city, a blue bag in his hand, his hood pulled up, it’s cold, with each breath he lets out a puff of smoke. The workman sleeps with his head resting on his shoulder. He lights a cigarette, glances at the plains, closes his eyes. The next scene is yellow and cold and on the soundtrack birds beat their wings. (He says: I’m a cage — it’s a private joke. Then he buys cigarettes. He walks away from the camera.) He’s sitting in a train station at dusk, he does a crossword puzzle, he reads the international news, he tracks the flight of a plane, he moistens his lips with his tongue. Someone coughs, fade to black, a cold clear morning from the window of a hotel; he coughs. He goes out to the street, pulls up the hood of his blue jacket, buttons all the buttons except the top one. He buys a pack of cigarettes, takes one, stops on the sidewalk by the window of a jewelry shop, lights a cigarette. He has short hair. He walks with his hands in the pockets of his jacket and the cigarette dangling from his lips. The scene is a close-up of the man with his forehead resting on the window. The glass is foggy. Now he’s 27 and he gets off the bus. He heads down a deserted street.

  UN SILENCIO EXTRA

  Las imágenes borrosas del jorobadito y el policía empiezan a alejarse en direcciones opuestas. La escena es negra y líquida. Por el medio, en el espacio que van vaciando las primeras imágenes, comienza a deslizarse hacia el primer plano la figura de un tipo con el pelo corto y la barba recién afeitada. Destaca su palidez y su lentitud. En off, una voz dice que el sudamericano no murió. (Es de suponer que la figura que reemplaza al vapor-jorobadito y al vapor-policía es la del sudamericano.) Lleva puesta una chaqueta azul marino que nos induce a creer que estamos en el final del otoño. Sin duda ha estado enfermo, su palidez y el rostro demacrado así nos lo sugieren. La pantalla se rasga por la mitad, verticalmente. El sudamericano camina por una calle solitaria. Ha reconocido al autor y siguió de largo. La pantalla se recompone como si acabara de llover. Aparecen edificios grises tocados por el sol en una tarde vacía y familiar. El macadam de las calles es limpio y gris. Viento en avenidas de árboles rojos. Las nubes se reflejan, brillantes, en los ventanales de oficinas donde no hay nadie. Alguien ha creado un silencio extra. Por el final de la calle se desliza el monte. Casitas de tejados bermejos desperdigadas por la ladera; de algunas chimeneas escapan tenues espirales de humo. Arriba está la represa, una barraca de camineros, unos rústicos servicios de baño. A lo lejos un labriego se inclina sobre la tierra negra. Lleva un bulto envuelto en amarillentos papeles de periódico. Desaparecen las cabezas borrosas del jorobadito y el policía. «El sudamericano abrió la puerta» . . . «Vale, llévenselo» . . . «No sé si podré entrar» . . .

  AN EXTRA SILENCE

  The fuzzy images of the hunchback and the policeman begin to retreat in opposite directions. The scene is black and liquid. In the middle, in the space vacated by the first images, a freshly shaven man with short hair starts gliding toward the foreground. His pallor and slowness are notable. A voiceover says that the South American didn’t die. (It’s to be assumed that the figure who replaces the mist-hunchback and the mist-policeman is the South American.) He’s wearing a navy blue jacket that calls to mind the last days of fall. Clearly he’s been sick, his pallor and haggard face suggest as much. The screen splits down the middle, vertically. The South American walks along a deserted street. He has recognized the author and kept walking. The screen recomposes itself as if it’s just stopped raining. Sun-dappled gray buildings appear on an empty, familiar afternoon. The asphalt of the streets is clean and gray. The wind sweeps down avenues of red trees. Bright clouds are reflected in the windows of offices where no one is at work. Someone has created an extra silence. The mountain swoops at the end of the street. Little red-roofed houses scattered along the slope; thin spirals of smoke rise from some chimneys. Above is the reservoir, a lot for trucks, some crude latrines. In the distance a farmworker bends over the black earth. He’s carrying a package wrapped in yellowed newspaper. The blurry heads of the hunchback and the policeman disappear. “The South American opened the door” . . . “All right, take him away” . . . “I don’t know whether I’ll be able to get in” . . .

  A VECES TEMBLABA

  La desconocida se abrió de piernas debajo de las sábanas. Un policía puede mirar como quiera, todos los riesgos de la mirada ya han sido traspuestos por él. Quiero decir que en la gaveta hay miedo y fotos y tipos a los que es imposible encontrar, además de papeles. Así que el poli apagó la luz y se bajó la bragueta. La muchacha cerró los ojos cuando él la puso bocabajo. Sintió la presión de sus pantalones contra las nalgas y el frío metálico de la hebilla del cinturón. «Hubo una vez una palabra» . . . (Toses) . . . «Una palabra para designar todo esto» . . . «Ahora sólo puedo decir: no temas» . . . Imágenes empujadas por el émbolo. Sus dedos se hundieron entre los glúteos y ella no dijo nada, ni siquiera un suspiro. El tipo estaba de lado pero ella siguió con la cabeza hundida entre las sábanas. Los dedos índice y medio entraron en su culo, relajó el esfínter y abrió la boca, pero sin articular sonido alguno. (Soñé un pasillo repleto de gente sin boca, dijo él, y el viejo le contestó: no temas.) Metió los dedos hasta el fondo, la chica gimió y alzó la grupa, sintió que sus yemas palpaban algo que instantáneamente nombró con la palabra estalagmita. Después pensó que podía ser mierda, sin embargo el color del cuerpo que tocaba siguió fulgurando en verde y blanco, como la primera impresión. La muchacha gimió roncamente. Pensó en la frase «la desconocida se perdió en el metro» y sacó los dedos hasta la primera articulación. Luego los volvió a hundir y con la mano libre tocó la frente de la muchacha. Sacó y metió los dedos. Apretó las sienes de la muchacha mientras pensaba que los dedos entraban y salían sin ningún adorno, sin ninguna figura literaria que les diera otra dimensión distinta a un par de dedos gruesos incrustados en el culo de una muchacha desconocida. Las palabras se detuvieron en el centro de una estación de metro. No había nadie. El policía parpadeó. Supongo que el riesgo de la mirada era algo superado por su profesión. La muchacha sudaba profusamente y movía las piernas con sumo cuidado. Tenía el culo mojado y a veces temblaba. Más tarde se acercó a mirar por la ventana y se pasó la lengua por los dientes. (Muchas palabras «dientes» se deslizaron por el cristal. El viejo tosió después de decir no temas.) El pelo de ella estaba desparramado sobre la almohada. Se subió encima, dio la impresión de decirle algo al oído antes de ensartarla. Supimos que lo había hecho por el grito de la desconocida. Las imágenes viajan en ralentí. Pone agua a calentar. Cierra la puerta del baño. La luz del baño desaparece suavemente. Ella está sentada en la cocina, los codos apoyados en las rodillas. Fuma un cigarrillo rubio. El policía, la im
postura que es el policía, aparece con un pijama verde. Desde el pasillo la llama, la invita a ir con él. Ella vuelve la cabeza hacia la puerta. No hay nadie. Abre un cajón de la cocina. Algo fulgura. Cierra la puerta.

  OCCASIONALLY IT SHOOK

  The nameless girl spread her legs under the sheets. A policeman can watch any way he wants, he’s already overcome all the risks of the gaze. What I mean is, the drawer holds fear and photographs and men who can never be found, as well as papers. So the cop turned out the light and unzipped his fly. The girl closed her eyes when he turned her face down. She felt his pants against her buttocks and the metallic cold of the belt buckle. “There was once a word” . . . (Coughs) . . . “A word for all this” . . . “Now all I can say is: don’t be afraid” . . . Images forced up by the piston. His fingers burrowed between her cheeks and she didn’t say a thing, didn’t even sigh. He was on his side, but she still had her head buried in the sheets. His index and middle finger probed her ass, massaged her sphincter, and she opened her mouth but without any sound. (I dreamed of a corridor full of people without mouths, he said, and the old man replied: don’t be afraid.) He pushed his fingers all the way in, the girl moaned and raised her haunches, he felt the tips of his fingers brush something to which he instantly gave the name stalagmite. Then he thought it might be shit, but the color of the body that he was touching kept blazing green and white, like his first impression. The girl moaned hoarsely. The phrase “the nameless girl was lost in the metro” came to mind and he pulled his fingers out to the first joint. Then he sank them in again and with his free hand he touched the girl’s forehead. He worked his fingers in and out. As he squeezed the girl’s temples, he thought that the fingers went in and out with no adornment, no literary rhetoric to give them any other sense than a couple of thick fingers buried in the ass of a nameless girl. The words came to a stop in the middle of a metro station. There was no one there. The policeman blinked. I guess the risk of the gaze was partly overcome by his profession. The girl was sweating profusely and moved her legs with great care. Her ass was wet and occasionally quivered. Later he went over to look out the window and he ran his tongue over his teeth. (The word “teeth” slid across the glass, many times. The old man had coughed after he said don’t be afraid.) Her hair spilled over the pillow. He mounted her, seemed to say something in her ear before he plunged into her. We knew he had done that by the girl’s scream. The images travel in slow motion. He puts water on to boil. He closes the bathroom door. The bathroom light softly disappears. She’s sitting in the kitchen, her elbows resting on her knees. She’s smoking a cigarette. The policeman, the fake policeman, appears in a pair of green pajamas. From the hallway he calls her, asks her to come with him. She turns her head toward the door. There’s no one there. She opens a kitchen drawer. Something gleams. She closes the door.